lunes, 22 de diciembre de 2014

Lo importante, es seguir...

Tiene la mirada fría. Sus ojos son azules, pero a veces dudo si ese color se debe a la tonalidad de su iris o al hielo de su mirada. A "R", así lo llamaremos, lo conocí hace poco más de una semana. Tiene 61 años, pero es joven... Hace meses perdió ambas piernas - la consecuencia de una vida de muchísimo tabaco y bastante alcohol -  y, por si fuera poco, le han diagnosticado cáncer de pulmón.  

Conocí a "R" en la sala de espera de la planta de oncología de un hospital. Lo había visto varias veces, pero solo fue hace unos cuatro días que finalmente hablé con él. Una conversación entre dos desconocidos unidos por una realidad que solo quienes la han vivido de cerca pueden entender. "R" es todo un personaje, en el buen sentido de la palabra: aquella mañana, "R" me contó un poco acerca de su vida. También me habló sobre el hecho de pasar las navidades en una habitación de hospital, solo. Pero lo que más me llamó la atención de todo lo que "R" dijo fue una frase: hay que reírse de las desgracias, así les jodes más... Aquella mañana, le saludé esperando volver a coincidir, porque si seguíamos encontrándonos significaría que tanto él como la persona a quien yo tenía ingresada en ese hospital seguirían allí. Fueran navidades o no. Eso, daba igual. Lo importante era seguir...

Hoy volví a aquella sala. Fui a visitar a "R" - de los dos que tenían que seguir, lamentablemente, solo queda él... - y le llevé un pequeño surtido de turrones, no sé si para intentar endulzarle la navidad, la enfermedad solitaria... o la mirada fría.

"R" no esperaba mi visita. Fue grata. Y sí, algo se endulzó. Pero curiosamente, los turrones poco tuvieron que ver. "R" ha perdido prácticamente la salud, como él dice "precio de su libertad", pero no ha perdido la esperanza, las ganas de luchar, de avanzar aún no teniendo piernas. ¡Conserva toda su picardía! muestra de ello, frases como las dichas a otro familiar de otro paciente de cáncer, afirmando que "ha perdido las piernas pero ha ganado la visita de un mujerón, ¡30 años más joven!". Piropos a parte, la visita a "R" también me endulzó a mí... Y me doy cuenta de que cuando menos comprendemos es cuando más podemos aprender. Cuanto más dolor sentimos más deberíamos solidarizarnos. Porque al fin y al cabo, lo que importa es seguir... y que la mirada no se nos enfríe nunca.


Cuando me marché le prometí a "R" volver a visitarlo si él me prometía que, como mínimo, intentaría no ponerse peor... Solo me dijo "voy a estar pensando en seguir bien porque te lo he prometido". Ojalá pueda cumplir su promesa.


Gracias, "R". 

martes, 4 de noviembre de 2014

La jaula de Pipo

Fue hace unos siete u ocho años. Yo salía del que era mi trabajo por aquel entonces. Recorría el camino hacia el aparcamiento junto a mi compañera de oficina cuando, de repente, sonó mi teléfono. Mi madre, alarmada, tan solo me preguntó si tardaría mucho en llegar a casa - aún vivía en la casa de mis padres - : "hay un bicho..." - añadió. 

¿Un bicho? Definamos "bicho", por favor... (no me gustan mucho ciertos insectos...) Mi madre solo aclaró que se escondía debajo del armario y que solo le veía las patitas. Esperaba que yo llegara a casa y apresara al intruso. 

No se trataba de un insecto. Era Pipo. Bueno, en aquel momento solo era un agaporni azul con la cabeza completamente falta de plumas. Después de aquel día, se convirtió en Pipo. 

Pipo entró volando a la casa de mis padres. Volaba mal, no sabía. Era evidente que se trataba de un pájaro criado en cautiverio. Era arisco, huidizo, temeroso. Llegó con la cabeza desplumada, seguramente por algún golpe o como secuela tras el ataque de váyase a saber qué... Hambriento. Agotado. No estaba, en absoluto, en buena forma. 

Odio los pájaros enjaulados. Pero aquel agaporni era incapaz de sobrevivir en libertad. Tuvimos que buscarle una jaula y, con el tiempo justo, correr hasta la tienda de animales más cercana a comprarle pienso, antes de que cerrara. 

Ya encarcelado, busqué en internet acerca de los hábitos de la especie. Todas las páginas hablaban del alto grado de sociabilidad de ese tipo de pájaros. Pero Pipo no lo era. No quería contacto. Nos miraba con curiosidad, pero receloso. 

Al cabo de unas semanas, Pipo ya había aprendido a abrir una de las puertas de la jaula. Intentó volar, pero no llegó muy lejos. Su vuelo no fue mucho más que un descenso del segundo piso de la casa de mis padres a la calle. Intentaba levantar el vuelo y ser libre, pero se golpeaba contra los coches aparcados, contra las fachadas. No podía hacerlo...

Mi padre y yo bajamos a buscarlo. Pipo... volvía a su jaula. Lastimado. 
Intentamos reforzar la "medida de seguridad" de nuestro pequeño presidiario. Un alambre fortificaba el cierre. Pipo, no tardó en aprender a quitarlo. 

La segunda vez llegó a la casa de una vecina. Fuimos a buscarlo. Pipo... volvía a su jaula, una vez más. 

Era consciente de que no sobreviviría en libertad. Era consciente de su inconsciencia. 

No era capaz de volar, no sabía procurarse alimentos y era una presa extremadamente fácil para gatos, lechuzas y demás aves de rapiña urbanas. Moriría si lograba escapar. 

La tercera vez que consiguió abrir la jaula... no lo encontramos. No llegó a ninguna casa conocida. No lo vimos por las inmediaciones del edificio. Pipo, se había escapado... 

Mucho me temo que no pudo volar todo lo lejos que él creía que volaría. Mucho me temo que no pudo ser libre...  

Pero Pipo aprendía a abrir todas las jaulas. Insistía en escaparse. Insistía en intentarlo. Y aunque el final no fuera el que para los demás se suponía feliz, fue el que él persiguió hasta dejarse las plumas... 



jueves, 30 de octubre de 2014

Hoy por hoy, gracias... mamá.

En nada llegan las fiestas. Las Navidades. Y pienso que, si pudiera, las borraría del calendario. Hoy por hoy, las detesto. Hoy, que son fáciles, no las valoro.
No hace mucho, en cambio, me encantaban. Y no solo porque fuera una niña y me dejara invadir por esa ilusión que se apodera de los niños en Navidad, sino porque eran complicadas.
Claro está, por aquellos años, no entendía que no eran fáciles, y mucho menos comprendía el motivo que las rendía complicadas. Yo, simplemente, sentía una cierta magia... No podía, desde mi inocencia, conocer cuál era el núcleo de esa magia.
Hoy si puedo...

Hoy por hoy, cuando llega diciembre, aunque sin cometer excesos, claro está, un trozo de plástico con una banda magnética se encarga de hacer que las navidades "sean". Vas al super, a un par de tiendas, compras cuatro turrones y un par de regalos y la navidad está servida. Así de rápida. Así de fría.

Hace unos años, a estas alturas del año mi madre ya había ahorrado mucho. Cada mes, ahorraba un poco. Así, cuando llegaba diciembre, la Navidad podía servirse. Los regalos no eran muchos y las cenas no se caracterizaban por sus derroches. No había trozos de plástico que pagaran sin dar valor. No eran tiempos fáciles. Y eran los más ricos...

Hoy por hoy, no solo no me avergüenza reconocer unos orígenes humildes, sino que me enorgullecen como pocas cosas puedan hacerlo.
Mi madre, mi familia entera, se encargaba durante meses de llenar el alma de ilusión, con independencia de que la cartera no lo estuviera. Esa ilusión, cargada de esfuerzo, de sumas a fin de mes y de horas de trabajo, lejos de ahuyentarse por los "malos tiempos" se agarraba al alma de mi madre y de ahí, se transmitía al resto. Y no solo en Navidad, sino siempre.  

Que las cosas no fueran fáciles no significaba que no pudieran ser incluso mejores. Se podía luchar, es más, ¡había que hacerlo! Había que ahorrar en desgaste para ganar en ilusión...

La lucha, la ilusión, el esfuerzo, la magia... Hoy por hoy, sé de dónde provenía esa magia, gestada meses antes, cuando yo aún no pensaba siquiera en que a fin de año llegaba la Navidad.

La ilusión se transmite. No se puede empaquetar, pero se regala y es un regalo que siempre llega a quien se entrega.

Hoy por hoy, si creo en los principios que creo, si soy quién soy, es por momentos como todas aquellas Navidades... Y hoy por hoy, que es cuando más estás luchando, que es cuando más nos estás enseñando que lo importante es seguir, a pesar de que no sea fácil, es cuando más te lo agradezco.

Porque se puede luchar... y hay que hacerlo.



lunes, 20 de octubre de 2014

Necio...

Necio.
Descontrolado e inconsciente.
Sentimiento que en ardor todo lo quemas;
fuego en llamas que más que quemar, envenenas.

Necio.
Excedido, intrépido, osado.
Llegas a mi piel sin ser llamado,
y te marchas... mas ya vives en mis venas.

Necio.
Droga del poeta enamorado,
emoción del sentir enajenado,
sensación que eclipsa todo cuando llega.

Necia es la razón, y nos abandona,
pues juramos no volver jamás a ti.
Y caemos nuevamente entre tus redes,
sentimiento que das vida al revivir.


martes, 14 de octubre de 2014

El amor es mortal

Hace unos días, hablaba con alguien acerca de las cosas lógicas y obvias de la vida. Aquellas para las cuales no cabe discusión posible, y a modo de ejemplo, me preguntó cuál era la clave del éxito en las relaciones.

La persona con quien hablaba se adelantó a mi respuesta y puso en mi boca una conclusión que podría parecer evidente: "El amor, ¿o no?"

Respondí por mí misma: "No."

A sabiendas de que soy lo que podría considerarse una romántica, su cara reflejó sorpresa de inmediato.

"¿Ah, no? Y entonces ¿cuál es la clave? Sin amor no hay relación que dure en el tiempo..."
"Las hay."

Y "son las que". ¿Las que? Sí. Son las que duran. Son las que, realmente, tienen posibilidad de éxito. Las que no lo tienen, son aquellas que fueron fruto de la mentira más difundida: el amor, dura.

El amor, no puede durar. Me refiero a ese amor del que escribimos los escritores. Al amor de los poetas, de las canciones. Al amor endulzado de las películas de Hollywood, y de las obras dramáticas. Ninguna novela, poema, canción, película u obra dura toda la vida. Son finitas, por eso en ellas tiene sentido. No lo tiene en la vida real.

Nos han aleccionado desde pequeños, nos han hecho creer que los flechazos existen... y que duran. Y que eso, se llama amor y es la clave del éxito en una relación. Discrepo.  

Cuando "nos enamoramos" nuestro cuerpo deja de encontrarse en los niveles que podríamos considerar normales. Todo se dispara. Hormonas, reacciones químicas y conexiones neuronales. Físicamente, es imposible mantener esos niveles en el tiempo, sin morir... Pero más allá de las cuestiones meramente biológicas que rigen "el amor", cuando nos enamoramos creemos ilusamente que estaremos por siempre exentos de monotonía, frustración, decepción y enfriamiento. Nadie lo está.

Y es que para "el éxito de las relaciones", el amor no es suficiente. Si cuando ese amor se normalice no hay nada más, todo estará perdido. La relación habrá muerto.

John Gray, un autor especializado en relaciones y patrones de conducta de hombres y mujeres lo define así en una de sus obras: "el amor no hace de una persona tu alma gemela. La persona con la que podrás tener éxito es aquella que logre despertar en ti lo mejor de ti mism@".

La clave no es el amor romántico: es el amor propio.

Podremos amar a muchas personas a lo largo de la vida pero pocas (muy pocas) serán las que hagan que nos amemos más a nosotros mismos. Cuando alguien logra que te enamores de ti, has encontrado la fuerza para que haya éxito.

Porque ese amor no es hormonal. No es cerebral. No es químico. Es intrínseco en la propia persona. Y no muere jamás.

Sí, soy escritora y por ende, romántica. Pero también soy científica y por ende, realista. Por eso, al aunar ambos perfiles, me resulta posible creer solo en un amor que supere la ciencia... y la poesía.



jueves, 9 de octubre de 2014

500 días... o ninguno.

Hace unos meses alguien a quien cinematográficamente admiro mucho, me recomendó una película. "500 días juntos". La típica comedia romántica donde chico conoce a chica y comienzan una historia de amor... y desamor. La película en sí, no estaba mal. Divertida. Simpática. 
Quien me la recomendó lo hizo con el propósito de que la valorara desde un punto de vista técnico. Que analizara su fotografía, su iluminación, sus encuadres. Intenté hacerlo... también. 

Repito que el guión no era de lo más novedoso y el final tampoco me acabó de convencer, pero hubo un detalle en esa película que sí me gustó, y mucho, y que, váyase a saber por qué, hoy me viene en mente para una nueva entrada bloguera...

Durante la película, su protagonista masculino rememora y recuerda los momentos vividos con "su chica". Las escenas "recordadas" son siempre las mismas. Y son siempre diferentes. 

Depende de él mismo y de cómo se encuentra, halla en sus recuerdos detalles edulcoradamente románticos o, por el contrario, indicios de desapego y de distancia emocional. La escena que "recuerda" es la misma. Es solo su atención la que cambia. Depende tan solo de qué es lo que él quiere ver en esa escena. Y eso, es lo que ve. 

Hacemos eso constantemente, en todo. Somos unos nefastos observadores, incapaces de alcanzar la imparcialidad más básica. Distorsionamos la realidad para el lado que más se aproxime a cómo estamos nosotros. Y eso, es lo más triste: ni siquiera somos capaces de llevárnosla a el punto de vista que más nos convenga, para ver aquello de lo que más podamos aprender, o lo que nos haga sentirnos lo mejor posible, en cada caso. No. Sencillamente, nos dejamos arrastrar por nuestro vaivén, y con él, arrastramos las mismas "escenas reales". 

Todo depende del cristal con que miramos. Todo depende de las gafas que llevemos puestas, siempre y en cada momento. 

Recomiendo la peli, por qué no, pero sobre todo, recomendaría que dejáramos de creer que hay 500 días... o ninguno.
Por cierto... al final, el protagonista logra darse cuenta de cómo era cada escena. De verdad. ;)


"La realidad no es otra cosa que la capacidad que tienen 
de engañarse nuestros sentidos." 
Albert Einstein





jueves, 2 de octubre de 2014

Y no aprendemos...


"Aprende como si fueras a vivir siempre", es la segunda mitad de una archiconocida frase de Gandhi. La segunda mitad, menos poética, menos alentadora incluso, y es que la mitad que la introduce la ensombrece, le resta aclamo fervoroso y optimismo. 
"Vive como si fueras a morir mañana...", la precede. 

Nadie vive así, pero a todos nos encanta la idea. Suena tan bien, tiene tanta fuerza... Quizá Gandhi la llevara a la práctica. Los mortales de a pie, desde luego, no. 

Pero es que de la segunda, mejor ni hablamos. Aprende. Ya el verbo no tiene la garra literaria y motivadora de "vive". Suena más flojo... No encierra la misma encrucijada meritoria, ni ese coraje decisivo. Definitivamente, suena "a menos". 

Una habla de siempre, la otra de mañana... Lingüísticamente hablando, "siempre" evoca demasiado tiempo, es un término muy lejano. "Mañana", en cambio, sí está ahí. Nuestro cerebro procesa esa palabra con más inmediatez, certeza y credibilidad. 

Una de las mitades nos advierte de la muerte, nos alerta. La otra, no da sustos. No apresura, ni apremia. 

Nadie vive como si fuera a morir mañana, sencillamente, porque es en ese mañana en lo que vivimos pensando. Pero de lo que estoy aún más segura, es de que nadie aprende como si fuera a no morir jamás. 

No aprendemos. Y punto. 

No somos capaces de reconocer errores, de rescatar moralejas y de enriquecernos con lo que vivimos. No es que no seamos capaces de quedarnos con el vaso "medio lleno" de las situaciones que pasamos, es simplemente que, muchas veces, no vemos el vaso... Imposible aprender de lo que no se ve. 

Académicamente hay personas que nunca dejan de aprender. Pero hay aprendizajes que no entran porque, sencillamente, son como la frase de Gandhi: ni son tan poéticos, ni tan inmediatos, certeros o creíbles, ni nos dan los sustos suficientes. 

Quizá deberíamos proponernos la frase mezclada: "aprende como si fueras a morir mañana". 
Intentar al menos que en ese mañana en el que vivimos pensando, y que sí nos suena certero y seguro, seamos capaces de recordar lo que aprendimos hoy. 
Hoy... porque vivamos como vivamos y aprendamos o no, no vamos a quedarnos para siempre. 

viernes, 26 de septiembre de 2014

Volver a ser actores. Volver a ser auténticos.

Hoy tenía lugar el casting para la selección de actores de un proyecto cinematográfico en el que tengo el privilegio de participar en su producción. El casting estaba abierto a actores y actrices de entre 15 y 25 años. Aún así, la mayoría de los presentados no llegaba a la veintena.

Todos eran actores. Todos lo eran, dentro y fuera del casting. Dentro interpretaban un papel; fuera, lo vivían.
Muchos se conocían entre ellos. Pocos quedaban en el anonimato de la situación.

Todos eran actores. Todos eran auténticos. Y todos, tenían en común la suerte de la edad. Esa edad en la que quieres comerte el mundo y sientes que aún así, te quedarás con hambre.
Esa edad en la que llegas haciendo ruido y te marchas riendo.
Una edad en la que te relacionas contra tus "rivales" sin enemistad. Sin enfrentamiento. Una edad en la que aprovechas el tiempo de espera para mejorar tus vínculos, tus sentimientos. Una edad en la que aún tocas, y acaricias.

Dentro interpretaban un papel, fuera, todo era dramatismo, euforia y emoción. Todo ilusión sana e incorrupta. Ganas de que el tiempo pase para llegar a darlo todo. Paciencia para esperar a que el todo se nos dé.

Tengo 31 años.
Por un momento, pensé en mí hace diez. Luego, pensé en mí hace cinco. Y luego, hace tan solo uno...

El problema, es que no hay espejos que nos muestren cómo va el envejecimiento de nuestra genuinidad. De nuestra pasión. De nuestras ganas. Podemos ver las arrugas de la piel, las canas en el pelo y el cuerpo entero deformarse. Pero lo importante, lo pasamos por alto. No lo vemos. No lo queremos ver.

Hay "castings" que desgastan mucho.
Tanto, que llegamos a dejar de presentarnos...




martes, 23 de septiembre de 2014

Piensa con las tripas...

"Tienen que encontrar aquello que aman", decía un Steve Jobs consagrado. Y dicho así, y por él, parece fácil.

Hay que encontrar aquello que nos saque de la cama, que nos mantenga hambrientos, alocados. Hallar aquello que, al hacerlo, nos aporte pasión, alegría y entusiasmo. Las tres sensaciones. Juntas. A la vez. Porque entonces, andaremos cerca de ser felices.

El primer reto, y nada fácil, consiste en encontrar el "aquello" al que aludía Jobs, pero cuando por fin lo encuentras, llega el verdadero desafío, del que el padre de MAC no dio tantas pistas: no dejar de amarlo.

Cuando descubres qué es aquello para lo que el esfuerzo, el tiempo y las ganas nunca parecen ser demasiados, o dicho de un modo más poético, cuando tomas conciencia de cuál es el sueño que deseas cumplir, llega el problema. Y cuanta más convicción hubiera acerca del sueño, más fuerte se volverá.

Llega el miedo. Llega la duda.

Es entonces cuando nos decidimos a marcarnos metas "más realistas, más cercanas". No nos engañemos; "eso", no es nuestro "aquello". Comenzamos a dar palos de ciego, a diversificar, a recorrer caminos que tal vez nos acerquen a nuestra meta. Tal vez no.

Dejamos de hacer lo que sabíamos que queríamos para hacer cosas que en cierto modo se le parecen. Así, es como acabamos haciendo cosas que nada tienen que ver con nuestro sueño inicial.

Las metas "cercanas", nos alejaron.

Nos marcamos esas metas pseudo-mediocres movidos por el miedo, por la duda. Y esas motivaciones, nunca acaban bien. Llegamos a la conclusión equivocada de que si fracasamos en esas metas viables... ¿cómo vamos a alcanzar las tan ambiciosas que planteábamos al principio?

Diversificar, es alejarse.
Recorrer caminos al azar, es alejarse.

Si sabes lo que quieres, si tienes la suerte de estar entre esos afortunados que encuentran el "aquello que aman", no titubees. No dudes. No pierdas el tiempo en caminos alternativos.
Márcate las metas que tenías al principio y no las rebajes. No las atenúes. No las aminores.
Tienes más posibilidades de alcanzar esas metas que las de consolación que surgen después. Y sino, que el fracaso venga al menos por el lado de lo que de verdad querías y no de lo que te convenciste que era el máximo que podías lograr.

Piensa con las tripas. Haz eso que te cause dolor de estómago, aunque a veces, también, te ocasione dolor de cabeza.

martes, 16 de septiembre de 2014

Tan fácil como montar en bici...

Si lo pensamos, vivir es, al fin y al cabo, como montar en bici. Te subes, buscas un cierto equilibrio que te estabilice y avanzas. Las reglas básicas de funcionamiento, son las mismas: circulas por el carril preestablecido para los de "tu especie", intentas que te sirva para llegar de la manera más rápida posible a tu destino, frenas cuando la cosa se complica, tratas de esquivar los obstáculos para evitar colisionar y mantienes la distancia justa si circulas con otras bicis para no chocar contra ellas.

Es algo que todo el mundo sabe hacer. En el fondo, todo el mundo debe ser capaz de subirse y pedalear. De seguir estas básicas y simples reglas.
No hay mucho que pensar. Es un proceso casi mecánico.

Yo... no sé montar en bici.

No sé encontrar ese "cierto equilibrio" que te mantiene estabilizado. Que evita que te caigas. Que evita que tengas que volver a levantarte...
No soy capaz de circular por un "carril preestablecido" de alrededor de un metro de ancho. No sé circular sin salirme, sin pisar la línea.
No me interesa usar el medio más rápido y menos cansado para llegar. Quiero llegar, con independencia del tiempo, con reafirmación al esfuerzo.
No consigo frenar cuando la cosa se complica; detenerme en seco como si me desconectaran, o como si conectaran un freno a pedal.
No logro esquivar los obstáculos sin colisionar. Yo me golpeo. Voy contra ellos. Y es que al fin y al cabo, aunque te lastimes en el golpe, el camino siempre sigue.

Lo sé: no hay mucho que pensar... es un proceso casi mecánico.

Pero aún así, o quizá justamente por eso, yo... no sé montar en bici.



lunes, 8 de septiembre de 2014

Sé un pit bull...

Vaya por delante que adoro a los perros; a todas las razas - y también a los que carecen de una definida - y que soy de esas personas que opinan que el perro crece según se cría, según se educa, y que el carácter violento, más que en el perro, habría que contemplarlo en el propio dueño... Por descontado estoy absolutamente en contra de toda forma de maltrato animal y, por ende, estoy en contra de las peleas de perros. Y de sus dueños...

La cuestión, desprecio hacia ciertas prácticas aparte, es que recientemente escuché que existe un rasgo en una de esas razas "potencialmente peligrosas" que si bien resulta atroz, me voy a permitir utilizarlo como metáfora literaria para esta entrada. Como recurso reflexivo a pesar de su tristeza y su barbarie.

No sé si es del todo cierto, pero dicen que la raza pit bull tiene la particularidad de, al atacar, "no soltar" mientras note latido... Las consecuencias, obviamente, son letales para el atacado.
Cuando estos perros, educados y criados para estas detestables peleas, se encuentran inmersos en una lucha contra otro individuo de su misma especie, quizá también de su misma raza, tienen un único objetivo: ganar. Y mientras haya pulso, no sueltan. Recibirán contraataques, se verán lastimados, encontrarán resistencia y tendrán que soportar. Pero no soltarán. No hasta lograr su retorcida meta...  

Es horrible en su contexto. Resultaría maravilloso, desde una perspectiva metafórica, aplicado al supuesto civismo de los que no somos perros...

Y es que, afortunadamente, nuestras metas no suelen ser las mismas que la de estos animales. Y sin embargo, soltamos...

En la vida, sé un pit bull.
Lucha. Enfréntate. Logra aquello para lo que tú mismo te has criado. Aunque te ataquen. Aunque salgas herido. Aunque quepa la posibilidad de que pierdas.

Mientras haya latido, mientras quede esperanza, no sueltes...




(Mi más sincero apoyo y respeto a los que persiguen las luchas de perros; a los que luchan por dar una vida digna a estos animales y a los que tienen este tipo de mascotas como lo que deberían ser siempre... Y mi más sincero rechazo a los que participan de este tipo de rusticidad inhumana.)


viernes, 5 de septiembre de 2014

Miles de personas.... ¿son tantas?

A lo largo de una vida se calcula que podemos llegar a conocer entre 2 mil y 5 mil personas.

Tiene lógica:
Compañeros de colegio, de instituto, de universidad. La gente que conociste estando de viaje. Aquellos que fueron parte de salidas y diversiones varias. Gente en pubs y bares. Amigos. Amigos de amigos. Familiares de amigos. Parejas de amigos. Tus propias parejas. Los compañeros de aquel trabajo. Y de aquel otro. Y de ese otro también. Las personas que conociste durante aquel curso. Los que practicaban aquel deporte contigo. Todos los que entrenaban en aquel gimnasio, que bailaban en tus clases de baile o que compartían aficiones en aquel centro o club. Tus profesores. Tus jefes. Tus caseros. Tus inquilinos. Tus compañeros de piso.  Aquel imbécil que no soportabas. Aquel otro imbécil sin el que no querías estar…

Varios miles. Son muchos. Seguramente, cuanta más alta sea la cifra, más afortunado serás. Más te habrás enriquecido. Más habrás aprendido de gente distinta a ti. Más éxito social habrás logrado.

Resulta obvio que si se supera una cierta edad (digamos ¿unos 4 años?) no podamos acordarnos de todos. Ni siquiera de muchos.

Varios miles… ¿son tantos?

La cuestión no es cuántas personas vas a conocer sino de cuántas vas a lograr acordarte cuando estés de vuelta de todo. Cuántos y qué nombres y apellidos seguirán en tu recuerdo cuando ya nadie nuevo vaya a tener la oportunidad de conocerte…

Y sobre todo, la cuestión es cuántas de esas personas se seguirían acordando de ti. También cuando ya no estés…    

lunes, 1 de septiembre de 2014

Necesitamos los "me gusta"

Hoy he "cerrado" mi Facebook personal. Lo pongo entre comillas porque la red social se lo tiene montado de modo que te obliga a tener un perfil para poder tener una página.

Siendo escritora (o luchando por serlo...) Facebook resulta un excelente aliado profesional. Es una herramienta muy útil de difusión de proyectos creativos. Es un pseudo-blog que "llega fácil". Es una maravillosa agenda de contactos. Es un modo de estar presente, en el candelero; siempre ahí.

¿En serio?

Yo escribo porque adoro escribir. Me gusta compartir todo aquello que me viene a la mente de un modo más o menos literario (como de hecho estoy haciendo ahora mismo); los escritores intentamos ponerle poesía a lo que pensamos, narración a lo que vivimos y misterio a lo que inventamos. Sentimos a través de las palabras. Nos emocionamos por medio de las letras.

Yo empecé a usar mi Facebook personal, mi perfil, como un blog. Y, sinceramente, después de haberlo usado durante años, creo que la razón que nos lleva a usar ciertas redes sociales no es otra que el mero hecho de que necesitamos los "me gusta".

No se debe a que sea un modo de estar "en contacto". No es una agenda profesional. No es una vía de expresión artística. No.
Creo sinceramente que todo se limita a "los me gusta"...

En Facebook todo es bueno. Es la red social donde todos somos guapos y todos nos queremos. Una red de "me gustas" que no cuestan nada y una red de "amigos" que, en muchas ocasiones, no hemos visto más de una vez, o que no volveremos a ver jamás.

Pero cuando la usamos para compartir nuestras pasiones la pregunta, al cabo de unos minutos, de un día, o de varios, es siempre la misma: ¿cuántos me gusta tiene la publicación?
Corremos el riesgo de dejar de hacer aquello que nos gusta simplemente, por y para nosotros, y de empezar a hacerlo para que le guste a los demás...

No digo con todo esto que Facebook no sea una herramienta útil. Solo digo que Facebook ni te da amigos... ni te suma apoyos.

Por eso, hoy he "cerrado" mi Facebook personal... y he vuelto a abrir este blog. Y, la verdad, "me gusta"...