jueves, 28 de marzo de 2013

Quién pudiera volar...

Si bien ha pasado algo de tiempo desde la última vez que añadí ideas a este blog, me gustaría continuar en esta entrada con la línea de mi publicación anterior: la constancia. La tenacidad en proyectos, en objetivos y en metas, porque, al fin y al cabo, en los tiempos que corren, no viene mal recordar que no hay que darse por vencido si se persigue algo, por descabellado que pueda parecer.
Y para ello, vuelvo a usar un recurso comparativo sacado de Italia, solo que esta vez dejo de lado a San Pedro y el bronce de su pié en el Vaticano para buscar más al norte un ejemplo de convicción y de esfuerzo...
¿Dónde? En Florencia. ¿A quién? A Leonardo Da Vinci, un genio grandiosamente loco o un loco genialmente grande.
Leonardo Da Vinci fue uno de los más grandes artistas del renacimiento italiano: pintor, escultor, arquitecto, filósofo, poeta, escritor… E inventor. No voy a nombrar sus obras (esto no es una lección de historia del arte) pero seguramente tampoco haría falta nombrarlas para imaginar, de manera inmediata, al Hombre de Vitruvio, a La Gioconda o a la Última Cena…
Pero genialidades y éxitos aparte, fue quizá un proyecto que quedó “imperfecto” el que vino a ser su mayor obsesión: su, aparentemente, mayor fracaso. VOLAR.
Leonardo Da Vinci quería lograr la manera en que el hombre pudiera levantar el vuelo, buscaba el invento que permitiera al hombre alejarse de la tierra firme y regresar a ella sin altercados. Dedicó años a su investigación, prototipos a sus ideas y convicciones a su utopía. La utopía que para los demás, nunca dejaría de ser solo eso.
Leonardo no estaba muy desencaminado y se aproximó bastante a lo que hoy conocemos como helicóptero… Su utopía, al fin y al cabo, era posible. Aunque nadie lo creyera, aunque él mismo no lograra verlo con sus propios ojos.
No digo con ello que hagan falta siglos para cumplir los proyectos, las ideas; digo solo que a veces lo que parecería imposible, en realidad no lo es. Es solo cuestión de buscar el modo y el momento.
Leonardo lo sabía… “algún día, el hombre volará”.
Y 500 años después, el hombre… voló.