viernes, 26 de septiembre de 2014

Volver a ser actores. Volver a ser auténticos.

Hoy tenía lugar el casting para la selección de actores de un proyecto cinematográfico en el que tengo el privilegio de participar en su producción. El casting estaba abierto a actores y actrices de entre 15 y 25 años. Aún así, la mayoría de los presentados no llegaba a la veintena.

Todos eran actores. Todos lo eran, dentro y fuera del casting. Dentro interpretaban un papel; fuera, lo vivían.
Muchos se conocían entre ellos. Pocos quedaban en el anonimato de la situación.

Todos eran actores. Todos eran auténticos. Y todos, tenían en común la suerte de la edad. Esa edad en la que quieres comerte el mundo y sientes que aún así, te quedarás con hambre.
Esa edad en la que llegas haciendo ruido y te marchas riendo.
Una edad en la que te relacionas contra tus "rivales" sin enemistad. Sin enfrentamiento. Una edad en la que aprovechas el tiempo de espera para mejorar tus vínculos, tus sentimientos. Una edad en la que aún tocas, y acaricias.

Dentro interpretaban un papel, fuera, todo era dramatismo, euforia y emoción. Todo ilusión sana e incorrupta. Ganas de que el tiempo pase para llegar a darlo todo. Paciencia para esperar a que el todo se nos dé.

Tengo 31 años.
Por un momento, pensé en mí hace diez. Luego, pensé en mí hace cinco. Y luego, hace tan solo uno...

El problema, es que no hay espejos que nos muestren cómo va el envejecimiento de nuestra genuinidad. De nuestra pasión. De nuestras ganas. Podemos ver las arrugas de la piel, las canas en el pelo y el cuerpo entero deformarse. Pero lo importante, lo pasamos por alto. No lo vemos. No lo queremos ver.

Hay "castings" que desgastan mucho.
Tanto, que llegamos a dejar de presentarnos...




martes, 23 de septiembre de 2014

Piensa con las tripas...

"Tienen que encontrar aquello que aman", decía un Steve Jobs consagrado. Y dicho así, y por él, parece fácil.

Hay que encontrar aquello que nos saque de la cama, que nos mantenga hambrientos, alocados. Hallar aquello que, al hacerlo, nos aporte pasión, alegría y entusiasmo. Las tres sensaciones. Juntas. A la vez. Porque entonces, andaremos cerca de ser felices.

El primer reto, y nada fácil, consiste en encontrar el "aquello" al que aludía Jobs, pero cuando por fin lo encuentras, llega el verdadero desafío, del que el padre de MAC no dio tantas pistas: no dejar de amarlo.

Cuando descubres qué es aquello para lo que el esfuerzo, el tiempo y las ganas nunca parecen ser demasiados, o dicho de un modo más poético, cuando tomas conciencia de cuál es el sueño que deseas cumplir, llega el problema. Y cuanta más convicción hubiera acerca del sueño, más fuerte se volverá.

Llega el miedo. Llega la duda.

Es entonces cuando nos decidimos a marcarnos metas "más realistas, más cercanas". No nos engañemos; "eso", no es nuestro "aquello". Comenzamos a dar palos de ciego, a diversificar, a recorrer caminos que tal vez nos acerquen a nuestra meta. Tal vez no.

Dejamos de hacer lo que sabíamos que queríamos para hacer cosas que en cierto modo se le parecen. Así, es como acabamos haciendo cosas que nada tienen que ver con nuestro sueño inicial.

Las metas "cercanas", nos alejaron.

Nos marcamos esas metas pseudo-mediocres movidos por el miedo, por la duda. Y esas motivaciones, nunca acaban bien. Llegamos a la conclusión equivocada de que si fracasamos en esas metas viables... ¿cómo vamos a alcanzar las tan ambiciosas que planteábamos al principio?

Diversificar, es alejarse.
Recorrer caminos al azar, es alejarse.

Si sabes lo que quieres, si tienes la suerte de estar entre esos afortunados que encuentran el "aquello que aman", no titubees. No dudes. No pierdas el tiempo en caminos alternativos.
Márcate las metas que tenías al principio y no las rebajes. No las atenúes. No las aminores.
Tienes más posibilidades de alcanzar esas metas que las de consolación que surgen después. Y sino, que el fracaso venga al menos por el lado de lo que de verdad querías y no de lo que te convenciste que era el máximo que podías lograr.

Piensa con las tripas. Haz eso que te cause dolor de estómago, aunque a veces, también, te ocasione dolor de cabeza.

martes, 16 de septiembre de 2014

Tan fácil como montar en bici...

Si lo pensamos, vivir es, al fin y al cabo, como montar en bici. Te subes, buscas un cierto equilibrio que te estabilice y avanzas. Las reglas básicas de funcionamiento, son las mismas: circulas por el carril preestablecido para los de "tu especie", intentas que te sirva para llegar de la manera más rápida posible a tu destino, frenas cuando la cosa se complica, tratas de esquivar los obstáculos para evitar colisionar y mantienes la distancia justa si circulas con otras bicis para no chocar contra ellas.

Es algo que todo el mundo sabe hacer. En el fondo, todo el mundo debe ser capaz de subirse y pedalear. De seguir estas básicas y simples reglas.
No hay mucho que pensar. Es un proceso casi mecánico.

Yo... no sé montar en bici.

No sé encontrar ese "cierto equilibrio" que te mantiene estabilizado. Que evita que te caigas. Que evita que tengas que volver a levantarte...
No soy capaz de circular por un "carril preestablecido" de alrededor de un metro de ancho. No sé circular sin salirme, sin pisar la línea.
No me interesa usar el medio más rápido y menos cansado para llegar. Quiero llegar, con independencia del tiempo, con reafirmación al esfuerzo.
No consigo frenar cuando la cosa se complica; detenerme en seco como si me desconectaran, o como si conectaran un freno a pedal.
No logro esquivar los obstáculos sin colisionar. Yo me golpeo. Voy contra ellos. Y es que al fin y al cabo, aunque te lastimes en el golpe, el camino siempre sigue.

Lo sé: no hay mucho que pensar... es un proceso casi mecánico.

Pero aún así, o quizá justamente por eso, yo... no sé montar en bici.



lunes, 8 de septiembre de 2014

Sé un pit bull...

Vaya por delante que adoro a los perros; a todas las razas - y también a los que carecen de una definida - y que soy de esas personas que opinan que el perro crece según se cría, según se educa, y que el carácter violento, más que en el perro, habría que contemplarlo en el propio dueño... Por descontado estoy absolutamente en contra de toda forma de maltrato animal y, por ende, estoy en contra de las peleas de perros. Y de sus dueños...

La cuestión, desprecio hacia ciertas prácticas aparte, es que recientemente escuché que existe un rasgo en una de esas razas "potencialmente peligrosas" que si bien resulta atroz, me voy a permitir utilizarlo como metáfora literaria para esta entrada. Como recurso reflexivo a pesar de su tristeza y su barbarie.

No sé si es del todo cierto, pero dicen que la raza pit bull tiene la particularidad de, al atacar, "no soltar" mientras note latido... Las consecuencias, obviamente, son letales para el atacado.
Cuando estos perros, educados y criados para estas detestables peleas, se encuentran inmersos en una lucha contra otro individuo de su misma especie, quizá también de su misma raza, tienen un único objetivo: ganar. Y mientras haya pulso, no sueltan. Recibirán contraataques, se verán lastimados, encontrarán resistencia y tendrán que soportar. Pero no soltarán. No hasta lograr su retorcida meta...  

Es horrible en su contexto. Resultaría maravilloso, desde una perspectiva metafórica, aplicado al supuesto civismo de los que no somos perros...

Y es que, afortunadamente, nuestras metas no suelen ser las mismas que la de estos animales. Y sin embargo, soltamos...

En la vida, sé un pit bull.
Lucha. Enfréntate. Logra aquello para lo que tú mismo te has criado. Aunque te ataquen. Aunque salgas herido. Aunque quepa la posibilidad de que pierdas.

Mientras haya latido, mientras quede esperanza, no sueltes...




(Mi más sincero apoyo y respeto a los que persiguen las luchas de perros; a los que luchan por dar una vida digna a estos animales y a los que tienen este tipo de mascotas como lo que deberían ser siempre... Y mi más sincero rechazo a los que participan de este tipo de rusticidad inhumana.)


viernes, 5 de septiembre de 2014

Miles de personas.... ¿son tantas?

A lo largo de una vida se calcula que podemos llegar a conocer entre 2 mil y 5 mil personas.

Tiene lógica:
Compañeros de colegio, de instituto, de universidad. La gente que conociste estando de viaje. Aquellos que fueron parte de salidas y diversiones varias. Gente en pubs y bares. Amigos. Amigos de amigos. Familiares de amigos. Parejas de amigos. Tus propias parejas. Los compañeros de aquel trabajo. Y de aquel otro. Y de ese otro también. Las personas que conociste durante aquel curso. Los que practicaban aquel deporte contigo. Todos los que entrenaban en aquel gimnasio, que bailaban en tus clases de baile o que compartían aficiones en aquel centro o club. Tus profesores. Tus jefes. Tus caseros. Tus inquilinos. Tus compañeros de piso.  Aquel imbécil que no soportabas. Aquel otro imbécil sin el que no querías estar…

Varios miles. Son muchos. Seguramente, cuanta más alta sea la cifra, más afortunado serás. Más te habrás enriquecido. Más habrás aprendido de gente distinta a ti. Más éxito social habrás logrado.

Resulta obvio que si se supera una cierta edad (digamos ¿unos 4 años?) no podamos acordarnos de todos. Ni siquiera de muchos.

Varios miles… ¿son tantos?

La cuestión no es cuántas personas vas a conocer sino de cuántas vas a lograr acordarte cuando estés de vuelta de todo. Cuántos y qué nombres y apellidos seguirán en tu recuerdo cuando ya nadie nuevo vaya a tener la oportunidad de conocerte…

Y sobre todo, la cuestión es cuántas de esas personas se seguirían acordando de ti. También cuando ya no estés…    

lunes, 1 de septiembre de 2014

Necesitamos los "me gusta"

Hoy he "cerrado" mi Facebook personal. Lo pongo entre comillas porque la red social se lo tiene montado de modo que te obliga a tener un perfil para poder tener una página.

Siendo escritora (o luchando por serlo...) Facebook resulta un excelente aliado profesional. Es una herramienta muy útil de difusión de proyectos creativos. Es un pseudo-blog que "llega fácil". Es una maravillosa agenda de contactos. Es un modo de estar presente, en el candelero; siempre ahí.

¿En serio?

Yo escribo porque adoro escribir. Me gusta compartir todo aquello que me viene a la mente de un modo más o menos literario (como de hecho estoy haciendo ahora mismo); los escritores intentamos ponerle poesía a lo que pensamos, narración a lo que vivimos y misterio a lo que inventamos. Sentimos a través de las palabras. Nos emocionamos por medio de las letras.

Yo empecé a usar mi Facebook personal, mi perfil, como un blog. Y, sinceramente, después de haberlo usado durante años, creo que la razón que nos lleva a usar ciertas redes sociales no es otra que el mero hecho de que necesitamos los "me gusta".

No se debe a que sea un modo de estar "en contacto". No es una agenda profesional. No es una vía de expresión artística. No.
Creo sinceramente que todo se limita a "los me gusta"...

En Facebook todo es bueno. Es la red social donde todos somos guapos y todos nos queremos. Una red de "me gustas" que no cuestan nada y una red de "amigos" que, en muchas ocasiones, no hemos visto más de una vez, o que no volveremos a ver jamás.

Pero cuando la usamos para compartir nuestras pasiones la pregunta, al cabo de unos minutos, de un día, o de varios, es siempre la misma: ¿cuántos me gusta tiene la publicación?
Corremos el riesgo de dejar de hacer aquello que nos gusta simplemente, por y para nosotros, y de empezar a hacerlo para que le guste a los demás...

No digo con todo esto que Facebook no sea una herramienta útil. Solo digo que Facebook ni te da amigos... ni te suma apoyos.

Por eso, hoy he "cerrado" mi Facebook personal... y he vuelto a abrir este blog. Y, la verdad, "me gusta"...