domingo, 29 de septiembre de 2013

Que viene el león…

Hay muchas cosas que distinguen al ser humano del resto de los animales, pero hay una en concreto que lo diferencia de una manera en absoluto favorable para nuestra especie: el miedo injustificado.

Hace poco escuché una comparación que hacía Eduard Punset entre los seres humanos y las gacelas; explicaba cómo, al aparecer los leones, las gacelas empezaban a correr, a huir, pero solo hasta que una de ellas era capturada. Después de que eso sucediera, las demás ya no tenían razones para escapar, ya que “su miedo” ya tenía presa y no iba a seguir persiguiéndolas.
El ser humano, a buen recaudo, seguiría corriendo… ¿y si prefieren probar otra? ¿y si quieren más?...
“Y si”, “y si”…    

El miedo es necesario. Nos permite sobrevivir;  nos vuelve prudentes y nos ayuda a prevenir peligros para nuestra integridad.
El hecho de que el miedo nos visite no es malo, el problema llega cuando dejamos que se acomode en nuestro sofá… Y sabemos que se está “acomodando” cuando empezamos a temer cosas que no son reales; miedos que solo existen en nuestros “y si…”

La clave es el tiempo: temer lo que nos está pasando es normal. Temer lo que quizá, tal vez, algún día nos pase, definitivamente… no.
Cuando un “león” nos pise los talones, tenemos que correr, pero no podemos dejar de estar en la sabana por si hay leones, ni tampoco correr hasta provocarnos un colapso cardiorespiratorio cuando “nuestro supuesto león”, realmente, no nos está persiguiendo.

Pongo un ejemplo en primera persona: me pasé años en un trabajo que no soportaba por miedo a los “y si…”: y si no encuentro otro trabajo, y si no puedo afrontar gastos, y si me arrepiento…  Por suerte, el león me atrapó y no tuve que seguir pensando en posibles problemas de futuro… No solo encontré otro trabajo, desde mi perspectiva, mucho mejor, sino que logré tiempo para descubrir qué quería hacer con mi vida profesional… y empezar a hacerlo.
Ninguno de mis “y si…” se cumplió. Ninguno de mis miedos se reflejaron en la vida real… y yo pasé años temiendo unas desgracias y un sufrimiento que jamás llegaron.

En lo profesional, en lo personal, en lo emocional… en todo. No busques miedos, no te pongas excusas. No tengas miedo. VIVE.

Hoy.


Mañana, llegarán nuevos “leones”… pero, casi seguro, ninguno de ellos será el león de tus “y si…”.



viernes, 19 de julio de 2013

La semilla de la esperanza… en un banco

Hoy me ha pasado algo muy particular: he tenido que ir al banco (a mi entidad habitual) para abonar los impuestos trimestrales de una asociación de la que soy parte desde hace ya un tiempo… Ya se sabe, Hacienda, somos todos…
Un banco, impuestos, Hacienda: ¿y con qué me encuento al ser atendida? Con un agricultor de unas semillas muy especiales.
Alejandro, que así se llama el trabajador de banca (el agricultor de semillas) que me atendió amablemente, nada más percatarse del nombre de la asociación, claramente alusivo al concepto medioambiental, me preguntó si yo era medioambientalista… pero que si lo era conmigo misma.  
Mi respuesta, más movida por la prisa que por la reflexión, fue una afirmación no muy explicada, y su siguiente pregunta, una señal de que la conversación bien podía merecer esa calma que no suele protagonizar este tipo de servicios:
-          ¿Qué haces para reciclarte?
Dio de lleno. La siguiente respuesta la pensé un poco más:
-          Reinventarme siempre, con ilusión…
Hace unos meses “dejé” los servicios de auditoría y consultoría por quehaceres más creativos, artísticos y, por qué no decirlo así, hasta bohemios. Alejandro, un trabajador de banca en puertas a su próximo cambio de rumbo, un joven que ha decidido apostar por el apoyo a las personas, por el coach y por un futuro profesional del todo reinventado, del todo reciclado, sacó de una cestita de mimbre que lucía un cartel con la frase “semillero de sonrisas” una tarjeta y, tras escribir en ella mi nombre, me la entregó.   
“No te rindas, que la vida es eso, continuar el viaje, perseguir tus sueños”…
Debajo de esa frase, el modo de “sembrar sonrisas” en el alma. Poético, motivador,  pero sobre todo inauditamente sorprendente.
Metí la tarjeta en mi cartera. Era la primera vez que salía del banco sin que en mi cartera entrara o saliera dinero, sino un papelito con un mensaje de esperanza, de fuerza… y de ecología interior.
Nunca sabemos dónde vamos a encontrarnos una de esas señales que te indican que sigas adelante. Que la vida es muy corta para no permitirse soñar hoy y ahora.
Yo hoy encontré una de esas señales en uno de los bancos más odiados de este país, pagando los impuestos de un estado corrupto y en una época de crisis inalterable.
Vale la pena sembrar. Porque en medio de las espinas, siempre hay rosas…

P.S. Gracias Alejandro… y suerte en tu nueva etapa.     





martes, 14 de mayo de 2013

Cuéntamelo todo…

Últimamente, entre firmas de libros y redes sociales, he tenido el placer de poder intercambiar palabras e impresiones con algunos lectores de mi novela “Por una cabeza”. Recibir comentarios es siempre muy gratificante pero, además, recientemente me han preguntado mucho por “cómo es eso de escribir”… Y por a esa pregunta, nace esta entrada.
En mi caso, yo nunca me planteé escribir como un oficio o una labor. Nunca he escrito con el propósito de ser “escritora”. Y solo sé que, en algún momento, no recuerdo cuál con precisión, sentí que era eso lo que quería hacer: quería escribir. O mejor dicho, quería contarlo… todo.
Escribir, a mi entender, no consiste solo en narrar historias. Hay que “contar” mucho más en esas historias de lo que las propias historias cuentan. Hay que procurar que las historias encierren sensaciones y vivencias que traspasen el papel que las soporta. Hay que poner el alma y el corazón en lo que se narra, con independencia del formato en el que se escriba.
¿Qué si es difícil escribir? Yo creo que no. Cada escritor tiene su estilo y todos sin excepción son válidos. Unos gustan más, otros no tanto… pero lo importante (y lo difícil) es que las palabras tengan algo más que letras. Que tengan emoción.
Todos podemos “inventar” una historia. El ser humano está dotado de una imaginación extraordinaria y con ella muchos llegan a desarrollar una creatividad inexorable… pero entonces ¿dónde está la clave de contar historias y no limitarse a escribirlas?
En primer lugar, creo no equivocarme al afirmar que NUNCA se debe escribir acerca de lo que no se conoce. De algo que no se ha vivido, de un modo u otro. Ya sea un lugar, un sentimiento, una situación… es muy complicado poner el alma en contar algo que no hemos experimentado, sencillamente porque nuestra alma podría pasar de largo sobre ese “algo” que le es ajeno. No digo con ello que se escriba solo a modo autobiográfico, de hecho yo aún no he escrito nada que me haya pasado en términos de argumento, pero ¿cómo describir al punto tal de contagiar, por ejemplo, la ira si nunca nos hemos enfadado? Si quieres transmitir un enfadado en tu historia, recuerda alguna vez que te hayas llenado de esa sensación. Y entonces, corre a escribir. No cuentes solo la trama de tu historia. Cuenta el sentimiento; la emoción.        
Con mucho esfuerzo y más devoción, se encuentra la constancia necesaria para escribir una historia de ficción… pero para que sea creíble, trate de lo que trate, debes sentirla tú primero.
Esa es la dificultad a la hora de escribir. El resto, llega solo… antes o después.
Si quieres escribir, no te dejes nada en el tintero. Pon pasión en cada letra… y cuéntalo todo.

jueves, 28 de marzo de 2013

Quién pudiera volar...

Si bien ha pasado algo de tiempo desde la última vez que añadí ideas a este blog, me gustaría continuar en esta entrada con la línea de mi publicación anterior: la constancia. La tenacidad en proyectos, en objetivos y en metas, porque, al fin y al cabo, en los tiempos que corren, no viene mal recordar que no hay que darse por vencido si se persigue algo, por descabellado que pueda parecer.
Y para ello, vuelvo a usar un recurso comparativo sacado de Italia, solo que esta vez dejo de lado a San Pedro y el bronce de su pié en el Vaticano para buscar más al norte un ejemplo de convicción y de esfuerzo...
¿Dónde? En Florencia. ¿A quién? A Leonardo Da Vinci, un genio grandiosamente loco o un loco genialmente grande.
Leonardo Da Vinci fue uno de los más grandes artistas del renacimiento italiano: pintor, escultor, arquitecto, filósofo, poeta, escritor… E inventor. No voy a nombrar sus obras (esto no es una lección de historia del arte) pero seguramente tampoco haría falta nombrarlas para imaginar, de manera inmediata, al Hombre de Vitruvio, a La Gioconda o a la Última Cena…
Pero genialidades y éxitos aparte, fue quizá un proyecto que quedó “imperfecto” el que vino a ser su mayor obsesión: su, aparentemente, mayor fracaso. VOLAR.
Leonardo Da Vinci quería lograr la manera en que el hombre pudiera levantar el vuelo, buscaba el invento que permitiera al hombre alejarse de la tierra firme y regresar a ella sin altercados. Dedicó años a su investigación, prototipos a sus ideas y convicciones a su utopía. La utopía que para los demás, nunca dejaría de ser solo eso.
Leonardo no estaba muy desencaminado y se aproximó bastante a lo que hoy conocemos como helicóptero… Su utopía, al fin y al cabo, era posible. Aunque nadie lo creyera, aunque él mismo no lograra verlo con sus propios ojos.
No digo con ello que hagan falta siglos para cumplir los proyectos, las ideas; digo solo que a veces lo que parecería imposible, en realidad no lo es. Es solo cuestión de buscar el modo y el momento.
Leonardo lo sabía… “algún día, el hombre volará”.
Y 500 años después, el hombre… voló.



miércoles, 2 de enero de 2013

CON CONSTANCIA A PRUEBA DE BRONCE

En Roma, o mejor dicho, en  la Ciudad del Vaticano, hay una escultura muy especial. Y no lo digo por la escultura en sí, que también, sino por la interpretación que podría dársele.
Se trata de una escultura de San Pedro, dentro del propio Vaticano, cerca del Altar Papal. San Pedro, labrado en bronce puro, está sentado, viendo los siglos pasar…
Es tradición, al pasar por él, tocarle el pié derecho. Y esto es lo que esa “costumbre” ha supuesto con el paso de esos siglos que el inmóvil San Pedro ve pasar, inmutable.  



Una mano, y otra, y otra más, han hecho que el portador de llaves más famoso del mundo se quede practicamente sin dedos en el pié. Y todo, por la acción de una caricia… o de millones de ellas. 
Dice una celebre frase que si el ser humano fuera constante, sería invencible. Quizá esta escultura sea un ejemplo más que visible de esa afirmación.
2013 acaba de empezar y todos nos marcamos propósitos que deberían mejorar nuestras vidas, pero muchos de ellos quizá nunca lleguen a “las uvas” de 2014… o incluso se deban replantear con ellas.
En mi humilde opinión, creo que el secreto de todo éxito no está en otro lugar que en la constancia: en no limitarse a tocar el bronce un par de veces y esperar que con eso cambie algo, sino en estar dispuestos a tocarlo mil veces, millones. E incluso más si hace falta.
Porque, toda empresa difícil, todo propósito anhelado y todo objetivo que parezca distante, al principio, siempre es de bronce: duro, frío y mucho más fuerte que nosotros, meras manos mortales de carne corrompible. 
Pero gota a gota, se hace el río. Y mano a mano, el bronce se doblega.
Porque si fueramos realmente constantes, realmente, las cosas imposibles parecerían más probables.
Porque si realmente fueramos constantes, seguramente, seríamos invencibles.
Porque sé cómo de fuerte es mi bronce, y sé cómo de suaves son mis manos, y aún así, empiezo este nuevo año con mi lista de “esculturas” a acariciar…  Te invito a que nunca dejes de acariciar las tuyas.
Feliz año nuevo. Feliz 2013...