lunes, 5 de enero de 2015

Las sonrisas, se oyen.

Hoy hice una llamada. Llamé para pedir información acerca de unos horarios. Mi interlocutor, un hombre, a juzgar por su voz, de mediana edad, tras escuchar mi consulta se mantuvo reticente. Mi pregunta no era incoherente: necesitaba saber a qué hora podía acceder a un centro y bajo qué normas, pero por la forma de contestar de aquel hombre bien podía parecer que estaba preguntando un auténtico disparate...
Él, aparentemente malhumorado, me repitió a qué lugar estaba llamando y en qué consistía la actividad del mismo, a lo cual yo, tras pensar un instante mi respuesta y para nada en el porqué de su malhumor, simplemente asentí con un "sí". Podría haber añadido a aquel sí un justificado "ya sé a dónde estoy llamando", "pero lo que yo necesito es saber los horarios y sus normas", "gracias (con ironía...), pero si me informa sobre lo que le he preguntado, mejor", o un largo etcétera de frases altivas, hurañas y defensivas que no me habrían acercado a la información que necesitaba pero sí a demostrar que yo también luchaba por ser arrogante.

Pronuncié aquel "sí" sonriendo... intenté que ese sí sonara todo lo dulce y amable que mi registro vocal permite. Y no dije nada más.
Tras un silencio momentáneo, mi interlocutor volvió a hablar. Su tono pasaba de irritado a confuso. Me preguntó si iba a ser la primera vez que accediera al centro. Con el mismo tono amable y la misma sonrisa, respondí otro "sí", pero añadí algo más: "y no sé qué tengo que hacer...".
Se produjo otro silencio. No pretendía recurrir a una demostración de sumisión verbal, ni a una humildad telefónica desmedida. Simplemente, me mantuve en la línea de necesitar una información y no tener motivos para enfurecerme desde el minuto 0... De no caer en provocaciones, o de no dejarme llevar por contestaciones faltas de simpatía y de cordialidad.

Tras el silencio, me explicó el procedimiento a seguir y los ansiados horarios.
"Gracias, muy amable". Sin ironía. Con sonrisa. Con la serenidad propia de quien ha logrado cordialmente lo que buscaba. Eso respondí. Y tras un tercer y ya más breve silencio un "gracias a usted. Que tenga una buena tarde...", que sonaba mucho más cordial y menos altivo, respondió él.

Aprendamos a usar el lenguaje; aprendamos a cambiar el tono sin variar el volumen...
Aprendamos a ganar sin hacer sentir a nadie que por ello, pierde.