jueves, 30 de octubre de 2014

Hoy por hoy, gracias... mamá.

En nada llegan las fiestas. Las Navidades. Y pienso que, si pudiera, las borraría del calendario. Hoy por hoy, las detesto. Hoy, que son fáciles, no las valoro.
No hace mucho, en cambio, me encantaban. Y no solo porque fuera una niña y me dejara invadir por esa ilusión que se apodera de los niños en Navidad, sino porque eran complicadas.
Claro está, por aquellos años, no entendía que no eran fáciles, y mucho menos comprendía el motivo que las rendía complicadas. Yo, simplemente, sentía una cierta magia... No podía, desde mi inocencia, conocer cuál era el núcleo de esa magia.
Hoy si puedo...

Hoy por hoy, cuando llega diciembre, aunque sin cometer excesos, claro está, un trozo de plástico con una banda magnética se encarga de hacer que las navidades "sean". Vas al super, a un par de tiendas, compras cuatro turrones y un par de regalos y la navidad está servida. Así de rápida. Así de fría.

Hace unos años, a estas alturas del año mi madre ya había ahorrado mucho. Cada mes, ahorraba un poco. Así, cuando llegaba diciembre, la Navidad podía servirse. Los regalos no eran muchos y las cenas no se caracterizaban por sus derroches. No había trozos de plástico que pagaran sin dar valor. No eran tiempos fáciles. Y eran los más ricos...

Hoy por hoy, no solo no me avergüenza reconocer unos orígenes humildes, sino que me enorgullecen como pocas cosas puedan hacerlo.
Mi madre, mi familia entera, se encargaba durante meses de llenar el alma de ilusión, con independencia de que la cartera no lo estuviera. Esa ilusión, cargada de esfuerzo, de sumas a fin de mes y de horas de trabajo, lejos de ahuyentarse por los "malos tiempos" se agarraba al alma de mi madre y de ahí, se transmitía al resto. Y no solo en Navidad, sino siempre.  

Que las cosas no fueran fáciles no significaba que no pudieran ser incluso mejores. Se podía luchar, es más, ¡había que hacerlo! Había que ahorrar en desgaste para ganar en ilusión...

La lucha, la ilusión, el esfuerzo, la magia... Hoy por hoy, sé de dónde provenía esa magia, gestada meses antes, cuando yo aún no pensaba siquiera en que a fin de año llegaba la Navidad.

La ilusión se transmite. No se puede empaquetar, pero se regala y es un regalo que siempre llega a quien se entrega.

Hoy por hoy, si creo en los principios que creo, si soy quién soy, es por momentos como todas aquellas Navidades... Y hoy por hoy, que es cuando más estás luchando, que es cuando más nos estás enseñando que lo importante es seguir, a pesar de que no sea fácil, es cuando más te lo agradezco.

Porque se puede luchar... y hay que hacerlo.



lunes, 20 de octubre de 2014

Necio...

Necio.
Descontrolado e inconsciente.
Sentimiento que en ardor todo lo quemas;
fuego en llamas que más que quemar, envenenas.

Necio.
Excedido, intrépido, osado.
Llegas a mi piel sin ser llamado,
y te marchas... mas ya vives en mis venas.

Necio.
Droga del poeta enamorado,
emoción del sentir enajenado,
sensación que eclipsa todo cuando llega.

Necia es la razón, y nos abandona,
pues juramos no volver jamás a ti.
Y caemos nuevamente entre tus redes,
sentimiento que das vida al revivir.


martes, 14 de octubre de 2014

El amor es mortal

Hace unos días, hablaba con alguien acerca de las cosas lógicas y obvias de la vida. Aquellas para las cuales no cabe discusión posible, y a modo de ejemplo, me preguntó cuál era la clave del éxito en las relaciones.

La persona con quien hablaba se adelantó a mi respuesta y puso en mi boca una conclusión que podría parecer evidente: "El amor, ¿o no?"

Respondí por mí misma: "No."

A sabiendas de que soy lo que podría considerarse una romántica, su cara reflejó sorpresa de inmediato.

"¿Ah, no? Y entonces ¿cuál es la clave? Sin amor no hay relación que dure en el tiempo..."
"Las hay."

Y "son las que". ¿Las que? Sí. Son las que duran. Son las que, realmente, tienen posibilidad de éxito. Las que no lo tienen, son aquellas que fueron fruto de la mentira más difundida: el amor, dura.

El amor, no puede durar. Me refiero a ese amor del que escribimos los escritores. Al amor de los poetas, de las canciones. Al amor endulzado de las películas de Hollywood, y de las obras dramáticas. Ninguna novela, poema, canción, película u obra dura toda la vida. Son finitas, por eso en ellas tiene sentido. No lo tiene en la vida real.

Nos han aleccionado desde pequeños, nos han hecho creer que los flechazos existen... y que duran. Y que eso, se llama amor y es la clave del éxito en una relación. Discrepo.  

Cuando "nos enamoramos" nuestro cuerpo deja de encontrarse en los niveles que podríamos considerar normales. Todo se dispara. Hormonas, reacciones químicas y conexiones neuronales. Físicamente, es imposible mantener esos niveles en el tiempo, sin morir... Pero más allá de las cuestiones meramente biológicas que rigen "el amor", cuando nos enamoramos creemos ilusamente que estaremos por siempre exentos de monotonía, frustración, decepción y enfriamiento. Nadie lo está.

Y es que para "el éxito de las relaciones", el amor no es suficiente. Si cuando ese amor se normalice no hay nada más, todo estará perdido. La relación habrá muerto.

John Gray, un autor especializado en relaciones y patrones de conducta de hombres y mujeres lo define así en una de sus obras: "el amor no hace de una persona tu alma gemela. La persona con la que podrás tener éxito es aquella que logre despertar en ti lo mejor de ti mism@".

La clave no es el amor romántico: es el amor propio.

Podremos amar a muchas personas a lo largo de la vida pero pocas (muy pocas) serán las que hagan que nos amemos más a nosotros mismos. Cuando alguien logra que te enamores de ti, has encontrado la fuerza para que haya éxito.

Porque ese amor no es hormonal. No es cerebral. No es químico. Es intrínseco en la propia persona. Y no muere jamás.

Sí, soy escritora y por ende, romántica. Pero también soy científica y por ende, realista. Por eso, al aunar ambos perfiles, me resulta posible creer solo en un amor que supere la ciencia... y la poesía.



jueves, 9 de octubre de 2014

500 días... o ninguno.

Hace unos meses alguien a quien cinematográficamente admiro mucho, me recomendó una película. "500 días juntos". La típica comedia romántica donde chico conoce a chica y comienzan una historia de amor... y desamor. La película en sí, no estaba mal. Divertida. Simpática. 
Quien me la recomendó lo hizo con el propósito de que la valorara desde un punto de vista técnico. Que analizara su fotografía, su iluminación, sus encuadres. Intenté hacerlo... también. 

Repito que el guión no era de lo más novedoso y el final tampoco me acabó de convencer, pero hubo un detalle en esa película que sí me gustó, y mucho, y que, váyase a saber por qué, hoy me viene en mente para una nueva entrada bloguera...

Durante la película, su protagonista masculino rememora y recuerda los momentos vividos con "su chica". Las escenas "recordadas" son siempre las mismas. Y son siempre diferentes. 

Depende de él mismo y de cómo se encuentra, halla en sus recuerdos detalles edulcoradamente románticos o, por el contrario, indicios de desapego y de distancia emocional. La escena que "recuerda" es la misma. Es solo su atención la que cambia. Depende tan solo de qué es lo que él quiere ver en esa escena. Y eso, es lo que ve. 

Hacemos eso constantemente, en todo. Somos unos nefastos observadores, incapaces de alcanzar la imparcialidad más básica. Distorsionamos la realidad para el lado que más se aproxime a cómo estamos nosotros. Y eso, es lo más triste: ni siquiera somos capaces de llevárnosla a el punto de vista que más nos convenga, para ver aquello de lo que más podamos aprender, o lo que nos haga sentirnos lo mejor posible, en cada caso. No. Sencillamente, nos dejamos arrastrar por nuestro vaivén, y con él, arrastramos las mismas "escenas reales". 

Todo depende del cristal con que miramos. Todo depende de las gafas que llevemos puestas, siempre y en cada momento. 

Recomiendo la peli, por qué no, pero sobre todo, recomendaría que dejáramos de creer que hay 500 días... o ninguno.
Por cierto... al final, el protagonista logra darse cuenta de cómo era cada escena. De verdad. ;)


"La realidad no es otra cosa que la capacidad que tienen 
de engañarse nuestros sentidos." 
Albert Einstein





jueves, 2 de octubre de 2014

Y no aprendemos...


"Aprende como si fueras a vivir siempre", es la segunda mitad de una archiconocida frase de Gandhi. La segunda mitad, menos poética, menos alentadora incluso, y es que la mitad que la introduce la ensombrece, le resta aclamo fervoroso y optimismo. 
"Vive como si fueras a morir mañana...", la precede. 

Nadie vive así, pero a todos nos encanta la idea. Suena tan bien, tiene tanta fuerza... Quizá Gandhi la llevara a la práctica. Los mortales de a pie, desde luego, no. 

Pero es que de la segunda, mejor ni hablamos. Aprende. Ya el verbo no tiene la garra literaria y motivadora de "vive". Suena más flojo... No encierra la misma encrucijada meritoria, ni ese coraje decisivo. Definitivamente, suena "a menos". 

Una habla de siempre, la otra de mañana... Lingüísticamente hablando, "siempre" evoca demasiado tiempo, es un término muy lejano. "Mañana", en cambio, sí está ahí. Nuestro cerebro procesa esa palabra con más inmediatez, certeza y credibilidad. 

Una de las mitades nos advierte de la muerte, nos alerta. La otra, no da sustos. No apresura, ni apremia. 

Nadie vive como si fuera a morir mañana, sencillamente, porque es en ese mañana en lo que vivimos pensando. Pero de lo que estoy aún más segura, es de que nadie aprende como si fuera a no morir jamás. 

No aprendemos. Y punto. 

No somos capaces de reconocer errores, de rescatar moralejas y de enriquecernos con lo que vivimos. No es que no seamos capaces de quedarnos con el vaso "medio lleno" de las situaciones que pasamos, es simplemente que, muchas veces, no vemos el vaso... Imposible aprender de lo que no se ve. 

Académicamente hay personas que nunca dejan de aprender. Pero hay aprendizajes que no entran porque, sencillamente, son como la frase de Gandhi: ni son tan poéticos, ni tan inmediatos, certeros o creíbles, ni nos dan los sustos suficientes. 

Quizá deberíamos proponernos la frase mezclada: "aprende como si fueras a morir mañana". 
Intentar al menos que en ese mañana en el que vivimos pensando, y que sí nos suena certero y seguro, seamos capaces de recordar lo que aprendimos hoy. 
Hoy... porque vivamos como vivamos y aprendamos o no, no vamos a quedarnos para siempre.